Me dicen la feminazi…

Mariana Orantes
4 min readJun 2, 2022

Maribel Guardia mueve sus turgentes pechos para que la cámara de un programa matutino los enfoque a la vez que dice (con una mueca rayana entre lo ingenuo y lo grotesco): — ¡A ver, mujeres, esto es lo que deben usar para controlar a sus maridos y que sufran los muy canallas! — risas grabadas.

Su compañero, actor segundón de telenovelas, se apresura a responder con tono ofendido: — Ay sí, saliste muy feminista. — Más risas grabadas. ¿A qué se refiere la actriz cincuentona con controlar al marido? ¿A qué con “para que sufran los canallas”? y sobre todo la respuesta del conductor adjunto: ¿feminista?

Al parecer, cualquier persona sin un mínimo conocimiento del tema puede confundir un discurso violento y machista con lo que propone y debate el feminismo. Si ese programa hubiese sido un comentario en alguna de las múltiples redes sociales que utilizamos, la respuesta inmediata de muchos sería: “eres una feminazi”. Dicho con el tono más despectivo que pueden adoptar algunos candorosos comentaristas en la internet.

¿Pero a qué se refieren los listillos cuando dicen “eres una feminazi”? El término se refiere una mujer que está diciendo algo “extremista” e impositivo, o al menos eso arguyen quienes utilizan la novísima palabra. El término “feminazi” es una forma aceptada para desestimar un movimiento que por sí mismo ha mutado y adoptado una multiplicidad de voces que son arrojadas en el mismo saco de la desestimación.

El feminismo, al ser un movimiento heterogéneo que converge y se extiende a maneras de pensamiento tan diversas que abarcan extremos, no puede ceñirse tan fácilmente: desde la feminista que lucha desde su twitter hasta las autodenominadas satíricamente como “lesboterroristas”, todas tenemos voz.

Eso sí, el feminismo es y será siempre radical porque es un movimiento contra todo un sistema social impuesto desde hace milenios. La palabra “radical” genera miedo injustificado entre la gente biempensante hoy en día. Etimológicamente se refiere a cualquier cosa que intenta ir, transformar o arrancar la raíz de un problema (Y si en internet da miedo la palabra “radical”, “heteropatriarcado” causa terror y desprecio por cualquier persona que la utilice): el heteropatriarcado, eso que ha legislado y dado forma a nuestra sociedad durante siglos, con sus guerras, su clasismo, su racismo y sus inequitativos equilibrios de poder, debe ser cambiado de raíz. Machistas somos tanto hombres, como mujeres o incluso integrantes de la comunidad LGBTTI; el discurso machista es un discurso de odio, equiparable al homofóbico, al racista o al clasista: no es un movimiento, es un vicio aprendido.

Existe un discurso ridículo cuando se usa el término feminazi: las mujeres quieren hacer con los hombres lo que hacían los nazis con los judíos, es decir, despojarlos de su identidad, sus derechos civiles o asesinarlos sólo por pertenecer a un grupo marginado… hummm… eso suena como algo que se ha hecho con las mujeres durante décadas y que aún sucede… Quien usa el término feminazi muestra total ignorancia sobre el feminismo y los aparatos de poder que manejan el concepto de la masculinidad.

La construcción de lo masculino se forma a través de repeticiones y alegatos aprendidos, pasados de una generación a otra, justo como se construye la mujer ideal. La idea de “hombre” centra su discurso en la negación: un “hombre” no puede ser delicado, no puede tener miedo, no debe llorar, porque como se sabe, eso es de niñas. El machismo no sólo afecta y concierne a las mujeres, también hace daño a los hombres. Para comprender la imagen femenina, no se puede ni obviar ni dar por sentado a la figura masculina: ¿qué decimos cuando decimos “un hombre de verdad”? ¿Bajo qué atajo mental subyace el monigote? Sexo no es el aparato reproductor con el que se nace: existe alrededor un constructo ideológico y social que debe ponerse en duda.

Regreso a la imagen de Maribel Guardia moviendo sus turgentes pechos. En el ejemplo citado hay tres elementos clave, a saber: Maribel Guardia como la figura femenina, el conductor de televisión adjunto como la contraparte masculina dominante y en tercer lugar, como algo que olvidamos, hay unas “risas grabadas” que representan un público supuesto que debería reírse con las sandeces de estos dos. Es decir, en un programa de televisión mañanero cualquiera subyace una postura ideológica. No hay producto cultural que no conlleve una carga ideológica: la telenovela de las diez de la noche sobre una empleada doméstica que se vuelve millonaria, la historieta del superhéroe encapuchado e individualista que recurre a la violencia para hacer justicia. Entonces ¿se imaginan todas las posturas que hay cuando se escribe o no se escribe una palabra? El hecho mismo de no tener postura es una postura. Y se da por sentado que existe un público al que debe llegar.

¿Pero entonces qué hacer? Hay quién propone que para resolver el problema de género en una obra se debe eliminar al personaje masculino, pero no es la solución: aunque se quiten todos los personajes masculinos, ésta puede mantener un discurso machista. Más bien, la intención debe recaer en la responsabilidad del escritor: al ser un producto creado en un momento histórico determinado, se tiene responsabilidad sobre la obra y sobre la reflexión profunda e inherente al discurso de la obra.

No hay que eliminar lo masculino ni hay que volverlo invisible; al contrario, hay que cuestionar las cosas que damos por sentado como atajos mentales; preguntar constantemente porqué usamos determinada palabra (como feminazi), porqué un actor de teatro debe moverse imitando una falsa femineidad o una falsa masculinidad, preguntarse cómo se debe mostrar una relación amorosa sin caer en la cursilería fácil y fingida; el escritor debe pensar cómo unir estos elementos para que sea artístico y no un mero panfleto aleccionador.

Yo por mi parte me asumo como feminazi para escandalizar las buenas conciencias de nuestros hermanos liberales burgueses, y creo necesario que los escritores, dramaturgos, poetas y en general todo aquel con un papel creativo, reflexionen sobre el discurso que mantienen en sus obras pues sólo mediante la profunda cavilación de un tema se pueden cambiar los paradigmas.

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