Doméstica, feral y satánica

Mariana Orantes
24 min readFeb 6, 2021

Esta plática/entrevista que me hizo José Agustín Solórzano fue realizada en abril y publicada en Mayo del 2020, durante la primera cuarentena por el coronabicho. Me pareció interesante reunir las tres partes y compartirla durante esta tercera ola del coronabicho.

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Estamos comenzando la cuarentena por el Coronavirus, además el clima, por acá, amenaza con regalarnos más motivos para la psicosis colectiva. Hoy he pasado bastante tiempo en las redes sociales, procrastinando mientras, a cuenta gotas, adelanto algunos pendientes y trato de centrarme en escribir algunos párrafos. Ha sido un año agitado, comenzamos con una ridícula amenaza que los entusiastas del apocalipsis llamaron de la III Guerra Mundial, apenas hace una semana las calles estaban llenas de mujeres exigiendo un alto a la violencia, al día siguiente las avenidas, vacías y en los centros de trabajo, en las escuelas se hablaba, como nunca, de feminismo, de violencia de género, de las locas que salieron a rayar los monumentos. Hoy el tema de conversación es la pandemia y sus implicaciones sanitarias y económicas. Casi nadie piensa en la literatura, en los escritores (esos animalitos desamparados) y no es nada raro. Pero, Mariana, hoy también es un buen día para comenzar esta charla contigo, qué te ha dado el 2020, qué te ha quitado. ¿Cómo has vivido, como mujer y escritora, los eventos del año?

Dividida. Antes que escritora, soy humana, por lo que me conmueve hasta la médula la organización y movilización de mujeres exigiendo nuestros derechos. Sin embargo, desde mi fragilidad, me da miedo saber que en México se asesinan a 10 mujeres al día. Con la pandemia, mi miedo vino a reforzar mi soledad, y está bien porque en este momento el aislamiento es la opción para no propagar más el virus. Creo que las dos situaciones tienen un trasfondo similar: la necesidad de un cambio social, es decir, necesitamos una comprensión diferente del concepto comunidad, así como encontrar nuevas formas de reconectar como seres humanos. Ahora voy a desarrollar estas ideas.

Seguimos creyendo que las marchas, las pintas de monumentos o las denuncias anónimas giran en torno a la vida de los machos y pues no. Se marcha para hacernos compañía, no para cumplir expectativas de los que observan. Se marcha como un acto íntimo, para demostrar que no estamos solas. Sin embargo, las formas de manifestación también son síntomas: no van a solucionar porque no son para solucionar, son para hacer ruido, para llamar la atención sobre el problema. Son un síntoma, es decir, son un dolor de cabeza, son una fiebre, son una tos seca. Son insistentes y siguen escalando porque el Estado no ha resuelto el problema: en esta pandemia de feminicidios en la que son asesinadas 10 mujeres al día, la rabia de las pintas a monumentos, la destrucción y quema de puertas y vidrios, la pega de carteles y estampas, así como la toma de edificios, son síntomas para alertar sobre la enfermedad. ¿Qué país con 10 muertes al día por una epidemia no lanzaría una alerta?

Ahora, ¿qué significa la decisión de aislarse por unas semanas debido al Coronavirus? Bueno, primero que nada es hacer algo en conjunto para protegernos. Es decir, se trata de una paradoja: es un distanciamiento social con una intención de conectar a nivel comunitario. En este sistema que aplaude el individualismo y busca la desconexión entre las personas para que sea más fácil la explotación, es un reto. Nos han llenado la cabeza con películas donde un Elegido, único y detergente, será capaz de salvar él solito a la humanidad. Esta pandemia nos dice: pues no, mi ciela. La cooperación, pensando más allá de nosotros mismos, es clave. Sacar la cabeza del culo por un momento y entender la problemática a nivel humano de la vecina, del inmigrante, del indigente, de tus abuelitos, de las personas que trabajan en los hospitales, etcétera, es clave.

En los dos casos, la comprensión del concepto de comunidad nos exige cambiar el punto de vista y buscar la reconexión profunda de una manera diferente. Hay que tomar acciones. Como escritora y mujer, tengo miedo, claro ¿quién no? Dos pandemias me amenazan en un panorama desolador: los feminicidios y el Coronavirus, ambos bajo un sistema que aplasta mis palabras porque necesito comer, sobrevivir o algo parecido.

El 2020 me ha dado, hasta el momento, reflexiones valiosas sobre mi entorno: primero, que las comunidades se construyen bajo el respeto de la vida del otrx, el entendimiento de las desigualdades y los privilegios, así como el cariño y el revolucionario concepto del cuidado (sobre esto recomiendo la comunidad en torno al cuidado y el libro de Alejandra Eme Vázquez, Su cuerpo dejarán). Segundo, me deja una idea sobre mi posición en el mundo: la humildad consiste en aceptar que hay algo más grande, algo que nos supera, que va más allá de nosotros y que no podemos controlar. De tal manera, cuando lo aceptamos, hacemos un acto de humildad y conectamos con el mundo. Aquél que no cree que hay algo más grande que él mismo, pues ya te imaginarás en qué mundo egótico vive y, por lo tanto, no puede ver los problemas del otrx, porque no se ve más allá de sí mismo. Tercero, me ha dejado muchas cuartillas escritas, porque son tiempos fecundos para la reflexión desde mi cuerpa, mis violencias, mis heridas y el amor que puedo proyectar, a veces con vergüenza, a veces no. La comprensión de que no somos buenos, ni tan inteligentes como pensamos, ni tan únicos y detergentes, puede ser un poco dolorosa, pero muy necesaria para entendernos y para escribir, por supuesto, desde la honestidad.

Es difícil encontrar hoy día a un escritor o escritora que escriba desde la honestidad, en un país donde la única salida del autor al público es la de la institución o la de las grandes cadenas editoriales (inalcanzables para la mayoría), se escribe para satisfacer necesidades ajenas, impuestas por grupos de poder cultural o, si bien va, por un mercado de lectores cada vez más reducido. El auge de las series ha venido a exigirle a los escritores, que ven su vocación artística como una profesión remunerable, crear bajo ciertos formatos y tiempos; convertir el oficio solitario del creador en un trabajo colectivo que debe impactar no sólo estética sino económicamente.

No hay movimiento social ni honestidad legítima que no se haya convertido en estandarte del capitalismo para cotizar en el mercado mundial. El feminismo es un ejemplo, el empoderamiento que poco a poco ha ido logrando el movimiento también ha resucitado el mercado de la literatura escrita por mujeres, donde nosotros vemos un triunfo legítimo, las empresas ven nuevos consumidores. Lucía Berlín es un ejemplo, pero bastaba asomarse a las mesas de novedades los días pasados para ver muchos otros. ¿Cómo lidia la escritora con esto?, hablabas también del ego, no me imagino a un escritor libre de ego, ¿cómo se concilian el ego creativo, la honestidad y la búsqueda de reconocimiento?

Y por último, ¿qué puede aportar la literatura, tu literatura específicamente, en esta pandemia de miedo y violencia?

Vamos por partes, porque creo que hay peras con manzanas. Sí creo que existen escritores que escriben desde la honestidad y eso no está peleado con comer. Existe la idea de que el escritor no debe poner su “vocación artística” a merced de la “remuneración económica” y eso me parece, además de ingenuo, dañino para los que nos dedicamos a escribir. Primero, porque nos separa como gremio; segundo, porque no nos toman en serio y, por lo tanto, no nos quieren pagar lo que se debe.

“Que se contente con un desayuno continental, si ya le pagamos los viáticos ¿para qué quiere otro pago?” parece que escucho decir a varios cabecillas de instituciones culturales y politiquillos de medio pelo, y no: nuestro trabajo vale. Una conferencia, una presentación de libro, la asistencia a un encuentro: todo debe ser pagado, porque ahí ponemos esfuerzo. Si yo dejo de trabajar un día por preparar e impartir una conferencia ¿quién me va a pagar ese día? La brecha salarial, además, suele ser peor para las escritoras. Lo que me lleva al siguiente punto.

Hablar del feminismo como una forma en que “ha resucitado el mercado de la literatura escrita por mujeres” me parece falso: el capitalismo sigue siendo una parte del patriarcado y aunque ahora nos vean como “nuevos consumidores”, las trabas siguen ahí. Parece, así como lo pones, que las escritoras somos una modita o peor (como las etiquetas que luego nos ponen a los creadores LGBTT+) algo exótico, una rareza o una excepción a lo que debe ser la literatura como concepto general y alto: la Literatura (con mayúscula) de un hombre blanco cis.

La paridad de género no se ha logrado en la literatura mexicana y el rescate de autoras (como el caso de la colección Vindictas) aunque es importante y necesario, no puede subsanar los años en que las mujeres no fueron tomadas en cuenta como creadoras, así como que en apariencia haya “mujeres en la mesa de novedades” no subsana la falta de oportunidades, no aclara porqué algunas mujeres no se sienten con el mismo derecho de escribir y publicar que los hombres, ni resuelve que tus colegas machitos se sientan con el derecho de violentarte en espacios creados por instituciones culturales; así como tampoco soluciona que grupos de poder cultural solapen agresores mientras otras mujeres son marginalizadas. ¿En cincuenta años necesitaremos otra colección de Vindictas para rescatar a las creadoras de hoy?

Ahí va la perorata del ego, ya me disculparán por la extensión. En mi caso, tengo mucho ego, por supuesto, soy escritora, ¿qué le voy a hacer? Pero eso no me impide bajar la cabeza ante algo más grande, que me sobrepasa y que no puedo controlar: la literatura, por ejemplo. El amor, por ejemplo. La cantidad de conocimiento humano que existe y que no puedo alcanzar, por ejemplo. Esos actos de humildad nos conectan y nos hacen sacar la cabeza del culo. La honestidad nace de esa humildad, del furor creativo, de la obsesión y de la terquedad. Ahora, la honestidad no es algo bueno ni malo, sólo es.

Pero como sentenció Chéjov: en el arte no se puede mentir, refiriéndose a la honestidad del creador durante el proceso, no a la mentira blanca que todos cometemos al final, en el producto. Si tienes algo que te obsesione lo suficiente como para escribir dándole vueltas desde todos los ángulos posibles hasta la euforia; si eso te lleva a un furor extraño que cuando escribes sientes tu cuerpo vibrar y el mundo se disuelve; si ese furor te hace comprender con lágrimas que hay algo más allá que se presiente y se intuye en todo tu ser y eres lo suficientemente terco para decirlo una y otra vez sin que te importen las burlas, las caídas, las fallas, los aplausos, la fama… entonces, tienes honestidad.

Yo así lo entiendo. Y así lo vivo: yo no soy nada, yo no quiero poder ni quiero nada, excepto lo suficiente para que pueda tener tranquilidad para escribir la misma frase una y otra vez hasta que me duelan los dedos, cuidándome y cuidando a los que amo.

Se siente bonito cuando te aplauden y el ego es necesario, pero me parece absurdo querer hacer de eso un programa o una agenda. Cuando al caminar en la noche ves los ríos de agua negra llevándose la tierra suelta en su remolino y ves al artista crear desde esas mismas aguas profundas, entonces entiendes que esas pendejadas, aunque bonitas, no mueven así los huesos.

Para terminar, ¿qué puede aportar mi literatura en una pandemia mundial donde miles de personas mueren en todo el mundo? Pues aportará lo mismo que la de todxs: si gusta el lector, un poco de compañía, pero sin duda, hojitas de papel de baño.

Siempre he admirado tu honestidad y tu inteligencia, y creo firmemente que no hay inteligencia sin honestidad. Creo también que el de la escritura no es un camino que se elija; como bien dices, escribir responde a una necesidad, a una obsesión. Imagino al autor como a un adicto que, monomaniaco, escribe porque no encuentra otra forma de “ser”, y desde esta condición patológica se sabe nada y pide, como tú dices, apenas lo suficiente para tener la tranquilidad de escribir. Pero a qué nos referimos con esa “tranquilidad”. Pienso primero en una estabilidad económica, pero también está la seguridad, saber que puedes escribir lo que piensas sin ser violentada; ¿tienes tú lo necesario para escribir?, ¿qué hay de esas escritoras de quienes depende una familia, tienen ellas lo necesario para poder dedicarse con tranquilidad a la literatura?

Antes de que me respondas, me parece que el oficio literario sigue siendo un privilegio de clase, no cualquiera puede dedicarse a la literatura, primero porque para llegar a tener “las herramientas de la profesión” se necesita una educación especializada a la cual no cualquiera puede acceder (y no me refiero sólo a las universidades); luego, porque la literatura implica tiempo, y el tiempo cuando se tienen necesidades primordiales que solventar (no sólo propias, si no de quienes dependen de uno) es carísimo. Si ponemos en una balanza el tiempo que se invierte en la labor artística, por un lado, y en el otro el beneficio económico que nos deja, la balanza quedará muy desequilibrada. ¿Si la creación es una necesidad y una obsesión, qué hace un artista en estas condiciones?,¿escribe desde la pobreza o no escribe desde la frustración?

No, no tengo lo necesario para escribir, pero a la vez sí. No lo tengo porque no tengo un trabajo estable, no tengo dinero (si te asomas en este momento a mi cuenta de banco tengo, literal, 20 pesos y 100 para terminar la semana), pago renta y no tengo un título universitario. Eso sí, otra cosa que no tengo es miedo ni vergüenza.

Yo soy la menos indicada para aleccionar a otras mujeres sobre cómo deben o no hacer las cosas: mis principios sólo los puedo aplicar en mí y a mi situación, porque yo no sé lo que es ni la alegría ni la tristeza de tener hijos, así como no sé lo que es tener todo el tiempo y dinero del mundo para dedicarse a la literatura. No puedo criticar ni darme baños de pureza. En ese sentido, no estoy segura de que escribir sea un privilegio. ¿Por qué lo hacemos entonces los pobres si no nos da de comer? Lo cierto es que, al crear, tratamos de hacer una especie de capital.

Como sea, no creo que en la creación por sí misma esté el privilegio. Eso está en las condiciones, que es otra cosa.

Lo que enseña la literatura es que puede surgir de maneras inesperadas. ¿Cuántos escritores no conoces que tienen dinero y tiempo, que tienen un buen puesto, todos los libros a su disposición y los contactos del medio, es decir, que tienen todas las condiciones materiales… pero escriben mierda? ¿Cuántos que son pobres y sufren de carencias, enfermedades románticas… y también escriben mierda? Es decir, creo que el dinero es necesario para vivir, para comer, pero no determina escribir o no bien. Claro que voy a escribir mejor si no tengo que preocuparme por lo que voy a comer ese día o si tengo dinero para comprar los libros para mi investigación. Claro que podré concentrarme mejor si me ocupo en leer y no en preparar la comida o en limpiar mi casa. Porque eso sí es un privilegio: muchos escritores dejan el cuidado de la casa a la mujer para que ellos “desarrollen su genio”. ¿Cuántas mujeres pueden delegar el cuidado del hogar en un hombre para ellas dedicarse a desarrollar su genio literario?

En fin, claro, he dicho que escribir es (al menos para mí) una necesidad y una obsesión ¿Qué se hace con eso? Pues saciar la necesidad, regresar siempre a la obsesión. Sería desagradable, ridículo e idiota de mi parte decirle a alguien que eso está bien. Yo soy desagradable, ridícula y medio idiota, por eso sacio con terquedad mi necesidad de escribir por encima, a veces, de la necesidad de comer. Regreso a mis obsesiones aunque me saturen el cerebro. Eso no está bien. Eso es de tontos, ya sé. No se le debe pedir a nadie. Antes habría que exigir que existan mejores condiciones materiales y sociales para que el artista se desarrolle. Pero mientras eso pasa, pues ahí voy.

Alguien muy querido me dijo: “mereces escribir sin preocupaciones” y yo me la creí, así que sigo trabajando para que eso pase, tratando de comprar tiempo con mi sueldo. Creo que nunca hay que amargarse: ríete del mundo, la risa es revolucionaria. Yo no escribo desde la frustración. Escribo desde la rabia de verme a mí y a otras mujeres sufrir, escribo desde el poderoso artilugio del amor, del magma, desde el río de muerte, desde el demonio que me persigue. Si no lo hago, mi ser no tiene sentido. Luego, si no tengo sentido de otra forma ¿cómo no voy a entregarme a escribir como idiota?

Releo los fragmentos que subrayé de tu libro «La pulga de Satán», es un libro honesto e inteligente, me parece que le sucede lo mismo que a ti. Uno ve la portada y se encuentra con la imagen de un cuerpo femenino desnudo que acerca los dedos de su mano derecha al sexo, provocador; su cabeza es la de un macho cabrío y está sentado sobre la cabeza cercenada de un hombre; sin embargo, el libro, quiero decir, su contenido, está lleno de una vitalidad idealista, de ensayos que además de ideas maravillosas irradian ternura y esperanza en el mundo. Eres una mujer que escribe desde la rabia, desde la pobreza también y desde la marginalidad de ser honesta, pero escribes con esperanza, con una ternura vital que se contrapone con esa rabia y con esa portada de Mariana Orantes, la feminista, la «satánica»… la «radical». ¿Por qué?

La satánica, genial. Esta pregunta es muy buena y me pega en un punto débil: creo que es una manera de aislarme y de parecer fuerte, cuando en realidad soy de peluche. Me gusta andar por mi cuenta y me permito mostrarme vulnerable por completo con pocas personas. No es raro que mi personaje en la ilustración sea un gato negro y se llame Feral.

Es también, de alguna manera, una forma de supervivencia cuando en la noche del Distrito Federal caminas con ese estilo punk: a nadie se le ocurre que a ti en realidad te gusta citar a Aulo Gelio. Uno de los vagos de mi calle me decía: “si no por nada traes esos tatuajes”. Y quizás tenía razón, pero finalmente soy una escritora corazón de pollo que prefiere evitar la violencia.

Y justo como el libro, la portada es una forma de mantener a raya lectores que no me importan: si te causa repelús, no quiero que me leas. Me ha funcionado tan bien con politiquillos mediocres que hasta me han cancelado presentaciones en cuanto ven la portada. Las personas que saben de símbolos o que de alguna manera, con sensibilidad, adivinan que hay algo más allá (como lxs que a mí me gustan, porque bueno, muy feral, muy feral, pero tengo un gusto muy especialito) lo entienden. Tiene que ver con la frase alquímica “solve et coagula” que quiere decir disolver y unir, por lo que forma parte de la manera en que se entiende el universo a partir de dualidades: lo que es arriba, es abajo; como el día y la noche, como los principios de la naturaleza animal y la humana. Da un poderoso mensaje: para construir algo, hay que destruir algo; así como lo que se destruye tiene potencial para crear. Por lo que es una portada llena de vitalidad y esperanza, para quien lo pueda ver, para quien no, eso queda oculto. Y eso pasa también conmigo.

Ahora quiero hacerte una pregunta que pudiera parecer tonta, y de hecho tal vez lo sea, pero estoy seguro que la respuesta no lo será. Esta semana leía un ensayo de Hustvedt en el que hablaba de cómo las humanidades y las artes se ven como algo femenino, mientras que las ciencias duras parecieran pertenecer al campo de lo masculino; a pesar de eso, aún en la literatura está la Literatura en mayúsculas, un género en el que dominan los autores hombres, mientras que cuando una mujer escribe se encasilla en la literatura femenina, esa especie de subgénero que muchas veces se lee como algo exótico. Quiero brincarme un poco la reflexión que hace la autora de «La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres» para preguntarte si crees que hay una diferencia entre la literatura escrita por hombres y la escrita por mujeres, si la hay ¿cuál sería esa diferencia?

Bueno, sobre la diferencia entre cómo algunas áreas se ven “femeninas” y otras “masculinas”, esto viene de la idea de que las mujeres somos irracionales, por lo tanto, nos toca el terreno irracional de (por ejemplo) la magia, la adivinación, el arte en apariencia simple. Mientras que los hombres pertenecen al terreno de lo racional, lo civilizado, el orden. Esto no lo digo yo, por supuesto, varias teóricas lo han desarrollado y entre ellas mi favorita, (por ser una gran escritora) Ángela Carter, en su ensayo “La mujer sadiana”. Nuestra boca, dice Ángela, está relegada a no ser tomada en cuenta porque no pertenece a lo racional. Así, incluso dentro de las artes y la literatura, la hecha por hombres se toma “más en serio”.

Yo creo que en el núcleo humano no existe tal diferencia. Es decir, no existe en cómo algo nos atraviesa, duele o nos colma de belleza. Existe en los procesos, determinados a veces por la desigualdad. Existe en el canon, donde como mujer a veces no encuentras referencias. Aunque lo mismo sucede con otras minorías.

Se habla también de una “mirada femenina” aunque el debate está en cómo desarrollar esa mirada dentro de un sistema y una tradición literaria regida por hombres. Creo que una buena forma es cuestionar el canon a partir del punto de inflexión que vivimos como sociedad.

Yo no reniego de la tradición literaria. A mí me gusta que en mi tradición occidental pueda remitirme a Cervantes o a San Juan de la Cruz, que en la tradición mexicana estén Sor Juana y Sigüenza y Góngora (aunque Sor Juana, incorporada de manera reciente al canon). No creo que haya que borrarse de un plumazo la tradición literaria de la que abrevamos: si ya vamos como huérfanos en todas direcciones, sería un error negar lo que estuvo antes. Primero, porque el acto de escribir no se puede separar del acto de leer; son actos con potencial subversivo sin necesidad de negar lo que humanamente nos ha sido legado. Segundo, porque paradójicamente aprendemos a pensar fuera de algún canon totalitario.

Lo que yo creo es que se debe reformular y reflexionar esa tradición literaria aplicándola a la manera en que se ha negado la expresión del mundo femenino. Es decir, más que exista una diferencia entre cómo escriben hombres y mujeres, hay una diferencia entre cómo decidimos abordar o criticar la tradición, y debería existir una diferencia de cómo reformulamos esa tradición a partir de otros puntos de vista, pues también otras minorías debemos hacerlo desde nuestra vital perspectiva.

Estamos de acuerdo en que las áreas del conocimiento no tienen por qué ser femeninas o masculinas, lo mismo podríamos decir de los géneros literarios. La poesía, por ejemplo, siempre se ha relacionado con la sensibilidad, con esa “mirada femenina”; sin embargo, otra vez son los poetas hombres quienes han construido el canon de la poesía, como si dijéramos: “hasta ser femenino puedo hacerlo mejor que las mujeres”; luego está la novela, el ensayo. Yo sé que escribes casi todos los géneros, sino es que todos; ahí dejas claro que la escritura como obsesión no respeta las convenciones. He leído poemas y ensayos tuyos; en los segundos, por ejemplo, siempre hay una gran presencia de la poesía, también hay fragmentos enteros que bien podrían ser parte de una novela. ¿Qué hay de los géneros?, ¿en cuál te sientes más cómoda y por qué? Pero sobre todo me interesa saber de dónde parte tu escritura, de adentro o de afuera; dicen que la poesía, un género intimista, parte del interior del poeta; mientras que el ensayo llega de afuera, de un asunto que nos distrae de nosotros; creo que además de una cursilería terrible es también una necedad. ¿Tú qué dices? ¿La literatura fluye de adentro hacia afuera o al revés?

Esto me emociona mucho. Si bien no creo en la división de géneros literarios como tal (lo explicaré más adelante) me encanta hablar del ensayo literario. Es como cuando hablas de tu novio favorito (¡que no se enteren los demás!). Así que te voy a compartir algo que enseño en mis clases de Ensayo literario breve (muy distinto del ensayo largo): no tiene una estructura definida (puede estar en diálogo o ser parte de una novela), pero debe mostrar una profunda cavilación y una opinión íntima e informada; es decir, un interés real del que nazca la intención artística. Al tener esto, se puede prescindir de la estructura formal definida. Sin embargo, al ser un ejercicio de reflexión, busca un estilo y para mantenerlo divierte e invita al lector. Es, como lo define Pedro Aullón de Haro, el libre discurso reflexivo. Ahora, es un género propio de la modernidad ¿a qué me refiero con esto? ¿que no hay ensayo en la literatura clásica? Sí, por supuesto y son ejercicios reflexivos excelsos, sin embargo, no era considerado como un género a la altura de los demás hasta que llegó la filosofía de Montaigne y la de Pascal, que abreva de la anterior. Este artefacto de luces e imágenes (que yo comparo con un caleidoscopio, pues cambia y replica la imagen a medida que se mueve) es el prototipo de la modernidad porque señala una perspectiva histórico-intelectual-emocional del mundo occidental. En ese sentido, no está definido por el objeto (se puede escribir un ensayo sobre cualquier cosa) sino por la “mirada” o postura del escritor ante lo que observa.

El otro género asociado con la modernidad curiosamente es el poema en prosa. Lo une al ensayo literario breve su fragmentación y su postura íntima ante el mundo. Que los dos estén asociados viene del principio romántico de la integración de los opuestos, de la contaminación en las formas: del poema que contamina a la prosa (en el caso del ensayo literario breve) y de la prosa que contamina a la poesía (en el caso del poema en prosa). Ya decía Andrenio que el ensayo está en la frontera de dos reinos, por lo que hace incursiones entre lo discursivo y lo poético.

En mi caso, he querido dejar tan claro que no existe un verdadero límite entre los géneros, que tomé un poema en prosa y lo mandé a selección para una antología de poesía, a la par de que ese mismo poema en prosa lo introduje en La pulga de Satán como un ensayo literario breve, pues quería ver si era rechazado para la antología por ser “muy narrativo” o si el editor de La pulga de Satán decidía que era mejor quitarlo porque era “demasiado poético”. El resultado es que el poema fue seleccionado como poema para la antología Fuego de dos fraguas: poetas de México y España del CCEMX y además aparece como ensayo literario en el libro La pulga de Satán. A nadie le pareció raro.

Sobre la pregunta, hay una tendencia en los géneros como la novela, el cuento y hasta la poesía, de hacer una forma de ensayos vivenciales; “escribe de lo que sabes” gritan los furibundos talleristas en sus talleres de narrativa, y es verdad, pero se ha malinterpretado esa frase al punto de que no sé cuántas novelas hay que comienzan con su protagonista, hombre de clase media apático, caminando en calzones por su departamento. Creo que el ensayo es un género íntimo que participa de lo externo. ¿Cómo es eso? Es decir, está mediado por la reflexión del autor, claro, pero la teoría y el abstracto sólo adquieren sentido cuando hay una acción. Disparamos esas reflexiones hacia lo que nos rodea, aunque después, cuando se cristalizan esas reflexiones, se convierten en un espejo y no a todos les gusta lo que ven (ni siquiera al autor).

Yo escribo desde mi interior, reflexionando quién soy, qué siento, qué aspiro y qué me obsesiona. Como ente aprisionado por su propia carne, no puedo hablar por nadie más que por mí, aunque espero conectar con otros a través de las palabras que me animan. Creo con terquedad en los cuentos de hadas y en que toda pieza de conocimiento cuenta una historia. Y ya, como dice mi maestro, esa es mi manera de matar pulgas.

Montaigne es uno de mis filósofos-ensayistas-escritores favoritos. Ya que lo sacas a tema, pienso en la manera en que autores como él, Hazlitt, o incluso el mismo Reyes, entendían la creación, lo que ahora llamaríamos ensayo literario, para ellos era una suerte de divagación intelectual en la que lo importante, como dices tú, era la “mirada” sobre el objeto, y no el objeto (o tema como tal). Estos escritores hablaban en sus textos de prácticamente todo lo que se les cruzara; recuerdo, a propósito, un libro de Szymborska -una recopilación de sus columnas de opinión y artículos varios-, la conocida poeta ganadora del Nobel tiene unos bellísimos ¿ensayos?, ¿poemas en prosa? Ve tú a saber. El punto es que la obsesión creativa puede parecerse también a la ociosa divagación, y hoy que tenemos, a un teclado de distancia, la oportunidad de publicar nuestras divagaciones “intelectuales”, nuestra opinión (porque hoy decimos que todos tenemos una, e igual de válida), las redes sociales se llenan de escritores, opinólogos, especialistas en nada y viandantes que escribimos lo que “pensamos” a la menor provocación. Pero es claro que no todos somos Montaigne o Szymborska; ahí está otra vez la recomendación de los talleristas de narrativa: ¡Escribe de lo que sabes!, pero, ¿qué sabemos hoy?, ¿qué saben los escritores además de unas cuántas técnicas para narrar y las reglas ortográficas básicas?

Ya sé que me dirás que, primero, la diferencia entre lo que escriben estos ensayistas y lo que uno escribe en Facebook es el tiempo; la literatura requiere distancia temporal para madurar; mientras que respecto al conocimiento del escritor, ¡vamos!, un profesionista de las letras no está obligado a ser un erudito como Reyes; no tiene porque saber de matemáticas como Pascal; ¿la especialización y profesionalización de nuestra área nos ha llevado a ser un técnico con el portafolio lleno de la parafernalia necesaria para qué?, ¿para ser un excelente corrector de estilo?, ¿un editor de la colección de literatura de alguna universidad?, ¿el articulista de la revista virtual de un amigo?

¿Cuál es la diferencia entre la divagación intelectual precisa y un tuit?, ¿debe el escritor opinar, tiene la obligación de hacerlo?

Hay una diferencia entre opinión y divagación. Una de las definiciones de ensayo literario es “opinión informada”, es decir, que se ha reflexionado sobre un tema lo suficiente y después se da una opinión. A mí no me gusta mucho esa definición, porque creo que las opiniones pueden ser arrogantes e intrusivas (como intrusivo es el consejo no solicitado, también). El principio del buen ensayista es el “duda de todo”, es la “interrogación lanzada en todas direcciones” de la que hablaba Sócrates, es el “no comprendo” pintado en el techo de la biblioteca de Montaigne. La opinión es una cosa ya hecha, dirigida y al ataque. La divagación es un continuo discurrir sobre cosas que te atormentan y de las que no estás seguro. Escribo para preguntarme, para dudar, para dialogar sobre lo que sé y lo que no puedo entender. Escribo porque tengo una curiosidad infinita y todas las cosas me parecen nuevas y extrañas en el mundo: ¿hay mayor milagro que la lluvia? Es decir, ¿cómo no maravillarse de que cae agua del cielo? ¡Agua! ¿porqué? En cambio, en la opinión y sobre todo en la opinión inmediata de las redes sociales no hay una cavilación profunda, ni un cuestionarse a sí mismo, al contrario: es una impresión de algo que sucede en el espacio indeterminado de lo inmediato con el fin de autoafirmarse, de darse la razón a sí mismo.

Me gusta el diálogo y me encanta pelear, dicen que soy bien contreras, pero en el espacio de redes sociales me limito mucho porque el diálogo parece viciado desde el principio y es muy raro que salga bien. Me encanta debatir en persona, acaloradamente… admito que a veces se me va la manita un poco, sobre todo si hay alcohol de por medio. Ahora me controlo mejor y es raro que me enoje, pero antes ufff… Amo las discusiones con gente interesante, que entiende, que me perdona, que no ataca, que puedo perdonar y que al final podemos reírnos como buenos idiotas. Pero rara vez pasa. Ahora, creo que el escritor no tiene que saber nada. Que sea erudito y bien leído son patrañas de intelectuales. La cosa es, por supuesto, saber leer y saber pensar. Alguien puede leer sólo la Divina comedia (o las obras de san Juan de la Cruz) y pensarla tan bien, rumiarla, que podrá desarrollar su sensibilidad sin necesidad de leer 100 libros al año. Yo no creo en la super idea capitalista de que hay que leer 100 libros al año o más, todos diferentes, todos con voracidad, todos al ai-se-va. No sé qué piensan los demás, pero yo creo que el arte nace de algo profundo (aunque a partir de la reflexión, meditación, práctica, conocimiento, disciplina y sensibilidad) el artista no debe ser pura inteligencia: siempre hay algo de estúpido y eso me encanta. Siempre hay una pequeña parte que siente o imagina más de lo que analiza y disecciona.

Mariana, para ir cerrando la charla, ¿algo más que te gustaría decir, algún tema que creas que no hemos tocado y que te gustaría charlar?

A casi un mes de responder la primera pregunta, veo todo como si fuera otro mundo. ¿Hablar de algo importante, algo de lo que quisiera hablar? La vida me parece importante ¿cómo hablo de lo vital en este momento? Todos los días estoy corrigiendo 150 cuartillas, trato, además, de seguir escribiendo mi libro de ensayos; me metí en un curso que no quiero dejar, y están las cosas diarias que exigen su sacrificio de tiempo: la comida, el gato, la limpieza, seguir pagando cuentas. No puedo renunciar y mis jefes lo saben, así que han aumentado la producción y la exigencia de los tiempos. Trato de mantener a los correctores con la carga más decente posible (muchos me reclaman que les pido algo para que me lo entreguen el sábado por la mañana, sin saber que yo cubro sus días y no he descansado ni un sábado ni un domingo). Veo cómo muchas personas se quejan de que ya no saben en qué gastar su tiempo. Yo quiero parar y llorar ¿saben? Quiero descansar y llorar mucho. Pero al menos tengo trabajo. Al menos tengo dónde vivir. Al menos mi trabajo es desde casa. Tengo muchos privilegios, lo admito. Y de alguna manera quiero llorar porque no me alcanza para pagarme algo mejor tanto para mí como para mi familia. Mi papá a sus casi setenta años seguía saliendo a trabajar. Pidió sus vacaciones, pero si al término de sus vacaciones esa empresa cruel sigue exigiéndole ir a trabajar, mi papá va a ir a trabajar. Mis padres y mi hermana, toda mi familia, es población de alto riesgo. Y yo no puedo pagarles nada mejor. Qué mierda es el arte. A mí no me ayuda a redimirme, ni me salva. Me duele escribir y aun así lo hago todos los días, como una loca, una idiota. Qué mierda. El día de ayer una de mis vecinas fue golpeada y casi asesinada por su hijo. Entraron policías al edificio, nadie llevaba cubrebocas y quien sabe por qué como que a nadie le importaba. Otra de mis vecinas le gritaba al golpeador desde su ventana: “por intento de feminicidio no sales, cabrón”. Ojalá fuera cierto. Algunas calles me dan miedo todavía. Afuera, no sólo es el Covid-19, también es la agresión, la violación, porque esos no descansan. ¿Qué tema me parece importante? La vida, nada más.

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